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Nombre propio




A veces me paro a pensar en todas las cosas que pasan, y en las personas con las que acabo compartiendo mi vida. Siempre he creído que cada momento es el resultado de una decisión, y por tanto, cada decisión que tomamos, influye directamente en el rumbo de nuestro destino.

Hace unos días, un desconocido me provocaba un orgasmo de esos que te hacen estallar en risa, esa risa de felicidad que solo sale cuando llegas al éxtasis máximo. Nos fundimos varias veces, como si ya nos conociéramos de hace tiempo, pero con la diferencia de que los dos sabíamos que no nos deberíamos nada después del sexo. Un cuerpo contra cuerpo bañado en sudor, gemidos y mordiscos, que los dos recordaremos por haberlo vivido en un sofá que se deshacía con cada embestida. Embestidas llenas de pasión, deseo y rabia. Si, rabia.

Hace unos meses, veía una obra de teatro, y lloraba mirando a la persona que tenía al lado. Lloraba de amor, de un amor tan infinito y real que quizá nunca podré dibujarlo con las palabras adecuadas.

Mi vida son recuerdos que tienen nombre propio. Recuerdos que hablan de las personas con las que decido compartir lo que soy, y a las que les entrego una parte de mi. A veces más, a veces menos.

Ayer, mirando como las ramas de un árbol se alargaban por el cielo, pensaba en todas esas personas que aún me quedan por conocer, y en todos esos recuerdos que están esperando un nombre propio.

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